Por: Joaquín Andrade Irisity.
En abril de 1955, en la ciudad indonesia de Bandung, 29 países recién independizados —en
su mayoría africanos y asiáticos— se reunieron en lo que sería una de las conferencias más
emblemáticas del siglo XX. La descolonización había dejado un mapa nuevo en el mundo: el
colonialismo europeo se retiraba con heridas abiertas, y en su lugar, nuevas naciones
intentaban definirse sin caer en la órbita de las potencias en pugna durante la Guerra Fría. Ni
con Estados Unidos, ni con la Unión Soviética. Así nació el llamado “espíritu de Bandung”:
la afirmación de una tercera vía, anticolonialista, soberana, solidaria.
Hoy, a 70 años de ese hito, la pregunta reaparece con fuerza en un mundo fracturado: ¿tiene
futuro aquel espíritu?
Bandung fue más que una cumbre diplomática. Fue una declaración política, ética y cultural
de enorme densidad histórica. Entre sus protagonistas estuvieron figuras como Nehru (India),
Sukarno (Indonesia), Nasser (Egipto), Tito (Yugoslavia) y Zhou Enlai (China). Fue el primer
intento serio y coordinado del Tercer Mundo de ocupar un lugar autónomo en la escena
internacional, cuestionando tanto el imperialismo capitalista como los mecanismos
burocráticos del socialismo soviético.
Como señala Odette Guitard en Bandung y el despertar de los pueblos coloniales (1962),
aquella conferencia marcó el inicio de un despertar colectivo de los pueblos coloniales, que
se reconocieron por primera vez como protagonistas de su propia historia. Bandung no fue
solo una estrategia geopolítica, sino un acto de imaginación política radical: el nacimiento del
Tercer Mundo como sujeto político y cultural, con voz propia frente al cinismo global.
Guitard enfatiza que este acto fundacional sentó las bases de una ética internacionalista que
buscaba emanciparse del dominio imperial, afirmar la soberanía y construir un camino
autónomo de desarrollo.
El Movimiento de Países No Alineados surgiría años más tarde como continuación de esa
agenda. Con el tiempo, sin embargo, fue perdiendo impulso, cooptado por regímenes
autoritarios o desbordado por la lógica del sistema internacional. La caída del Muro de Berlín
y la globalización neoliberal parecieron clausurar definitivamente cualquier posibilidad de
una “tercera posición” global. Pero ¿realmente desapareció?
Hoy asistimos al desmoronamiento del orden unipolar que Estados Unidos intentó consolidar
tras la Guerra Fría. La guerra en Ucrania, el ascenso de China, el fortalecimiento de Rusia, las
sanciones como forma de dominación económica y las nuevas alianzas multilaterales —como
los BRICS— configuran un mundo que ya no responde a la lógica de una sola hegemonía.
En este nuevo contexto, resurgen tensiones que remiten a Bandung: ¿es posible una política
internacional que no se someta ni a Washington ni a Beijing? ¿Puede América Latina, por
ejemplo, recuperar su tradición de autonomía relativa en política exterior? ¿Podemos hablar
de un nuevo «no alineamiento», no como una postura neutral, sino como una afirmación
activa de soberanía frente a todos los imperialismos?
El espíritu de Bandung no fue solamente una estrategia diplomática. Fue una ética
internacionalista basada en el respeto mutuo, la no injerencia, el derecho al desarrollo, la
cooperación Sur-Sur y la lucha contra todas las formas de opresión. No se trataba de esconder
los conflictos internos —que los había—, sino de construir una agenda común de liberación.
Hoy ese espíritu podría encontrar nuevas formas en iniciativas regionales que apuesten por el
multilateralismo desde abajo: el ALBA, la CELAC, las experiencias truncas de UNASUR o
MERCOSUR en clave política. También en las luchas sociales que se hermanan más allá de
las fronteras: el movimiento palestino, el feminismo popular, el ambientalismo
antiextractivista, las resistencias indígenas, las revueltas contra el FMI. Todos esos
movimientos, con sus limitaciones, actualizan el reclamo de Bandung: no queremos ser
periferia ni peones de potencias.
La clave está en no idealizar ni repetir mecánicamente. Bandung debe ser leído desde el
presente: un acto de imaginación política frente al cinismo global. Recuperar ese legado
implica también pensar nuestras propias contradicciones. No hay posibilidad de no
alineamiento externo sin soberanía interna. Y no hay soberanía sin justicia social, sin
democracia real, sin emancipación cultural.
El mundo que vio nacer Bandung ya no existe, pero sus dilemas persisten. Hoy, en medio de
una nueva guerra comercial entre China y Estados Unidos, mientras potencias como Rusia
reconfiguran alianzas y esferas de influencia, la tarea sigue siendo la misma: construir
soberanía sin depender de imperios, afirmar lo común frente a la codicia global.
Recuperar Bandung no es volver atrás, sino avanzar hacia un proyecto emancipador
pendiente. Y ese futuro —como hace 70 años— también empieza en el Sur.