Francisco: “Dinero y carrera son meteoritos que se estrellan pronto”

El Papa celebra en San Pedro la misa por la Epifanía: “Alcemos la vista, no nos conformemos con vivir al día”; “hacer el bien sin cálculos, incluso cuando no nos gusta. Ayudar a los pobres, a los extranjeros, a los enfermos, a los detenidos”

SALVATORE CERNUZIO
CIUDAD DEL VATICANO
 “Ver la estrella”, no las luces deslumbrantes del éxito, el dinero, la carrera y los placeres. Esos “son meteoritos”, advierte el Papa en su homilía de la misa de la Epifanía en la Basílica vaticana, “brillan un momento, pero pronto se estrellan y su brillo se desvanece”.

Para el Papa Francisco estos tres verbos clave que resumen los gestos cumplidos por los Reyes Magos “orientan nuestro camino de encuentro al Señor, que hoy se manifiesta como la luz y la salvación para todas las personas”.

“Ver la estrella es el punto de partida”, dice Bergoglio a los numerosos fieles, sacerdotes, obispos y cardenales que llenan la Basílica de San Pedro. “¿Pero por qué, podríamos preguntarnos, solo los Reyes Magos han visto la estrella? Tal vez porque eran pocas las personas que alzaron la vista al cielo. Con frecuencia en la vida nos conformamos con mirar al suelo: nos basta la salud, algo de dinero y un poco de diversión”.

La pregunta por tanto es: “Nosotros, ¿sabemos aún alzar la vista al cielo? ¿sabemos soñar, desear a Dios, esperar su novedad, o nos dejamos llevar por la vida como una rama seca al viento?” Los Reyes Magos “no se conformaron con ir tirando, con vivir al día. Entendieron que, para vivir realmente, se necesita una meta alta y por eso hay que mirar hacia arriba”.

Y ¿por qué tantos, que quizá han alzado la vista varias veces al cielo, no han seguido aquella estrella? “Quizá –reflexiona el Papa Francisco– porque no era una estrella llamativa, que brillase más que otras”. La estrella de Jesús, de hecho, “no ciega, no aturde, sino que invita amablemente”.

Y nosotros “¿qué estrella elegimos en la vida? Hay estrellas deslumbrantes, que despiertan emociones fuertes, pero que no orientan en el camino”, dice el Pontífice. “Esto es lo que sucede con el éxito, el dinero, la carrera, los honores, los placeres buscados como finalidad en la vida. Son meteoritos: brillan un momento, pero pronto se estrellan y su brillo se desvanece. Son estrellas fugaces que, en vez de orientar, despistan. La estrella del Señor, sin embargo, no siempre es deslumbrante, pero está siempre presente: te lleva de la mano en la vida, te acompaña. No promete recompensas materiales, pero garantiza la paz y da, como a los Reyes Magos, una inmensa alegría”.

Nos pide, sin embargo, que caminemos. Una acción “esencial” para encontrar a Jesús que “requiere la decisión del camino, el esfuerzo diario de la marcha; nos pide que nos liberemos del peso inútil y de la fastuosidad gravosa, que son un estorbo, y que aceptemos los imprevistos que no aparecen en el mapa de una vida tranquila”.

“Jesús se deja encontrar por quien lo busca, pero para buscarlo hay que moverse, salir. No esperar; arriesgar. No quedarse quieto; avanzar”, dice el Papa. “Jesús es exigente: a quien lo busca, le propone que deje el sillón de las comodidades mundanas y el calor agradable de sus estufas. Seguir a Jesús no es como un protocolo de cortesía que hay que respetar, sino un éxodo que hay que vivir”. Porque Dios “da la libertad y distribuye la alegría siempre y sólo en el camino”. En otras palabras, “para encontrar a Jesús debemos dejar el miedo de involucrarnos, la satisfacción del sentimiento llegado, la pereza de no pedir nada por la vida”. Es necesario “arriesgarse” simplemente para conocer a un niño. “Pero vale mucho la pena”, porque “al encontrar a ese Niño, descubriendo su ternura y su amor, nos encontramos a nosotros mismos”.

Atención con la tentación de tener “miedo de las novedades de Dios”. La tentación de Herodes, la tentación de todo Jerusalén que “prefiere que todo se quede como está, siempre se ha hecho así y nadie ha tenido la valentía de ir”. La tentación, aún más sutil, de los sacerdotes y los escribas. La tentación de los que creen desde hace mucho tiempo: se discute de la fe, como de algo que ya se sabe, pero no se arriesga personalmente por el Señor. Se habla, pero no se reza; hay queja, pero no se hace el bien”. Los Reyes Magos en cambio hablan poco y caminan mucho “aunque desconocen las verdades de la fe, están ansiosos y en camino”.

Como ellos, el Papa invita por último a “ofrecer”. Los tres Reyes de Oriente a Jesús que “está allí para ofrecer la vida”, ofrecen sus valiosos bienes: oro, incienso y mirra. El Evangelio se realiza cuando el camino de la vida llega al don –subraya el Papa–. Dar gratuitamente, por el Señor, sin esperar nada a cambio: esta es la señal segura de que se ha encontrado a Jesús”.

El bien va hecho por tanto “sin cálculos”, sin que nadie lo pida, “incluso cuando no ganamos nada con ello, incluso cuando no nos gusta”. “Dios quiere esto”, asegura el Obispo de Roma. “Él, que se ha hecho pequeño por nosotros, nos pide que ofrezcamos algo para sus hermanos más pequeños. ¿Quiénes son? Son precisamente aquellos que no tienen nada para recambiar, como el necesitado, el que pasa hambre, el forastero, el que está en la cárcel, el pobre”.

“Ofrecer un don grato a Jesús es cuidar a un enfermo, dedicarle tiempo a una persona difícil, ayudar a alguien que no nos resulta interesante, ofrecer el perdón a quien nos ha ofendido. Son dones gratuitos, no pueden faltar en la vida cristiana”. De lo contrario, “si amamos a los que nos aman, hacemos como los paganos”.

Por tanto, concluye el Papa, “miremos nuestras manos, a menudo vacías de amor”, y tratemos de pensar hoy, en la solemnidad de la Epifanía, “en un don gratuito, sin nada a cambio, que podamos ofrecer”. Junto a esto, alcemos la vista y pongámonos en el camino.

 

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